viernes, 30 de agosto de 2013

Don Paco

Francisco Nieves Calvo, no diré de él que era un visitante del camarote, pero el camarote se acercó a él varias veces. Como muchos grandes, se va dejando huellas de gigante que impactan, huellas de las que muchos guatemaltecos hoy se benefician sin saber absolutamente nada de don Paquito. De modo que se fue doblemente con la frente en alto. Humildad, entrega, verdadero amor al oficio, sin duda alguna. Lo que nos unió fue su oficio oculto, la literatura. A sus ochenta y siete años, si no me equivoco, don Paquito tenía más de cuarenta años en el oficio leyendo como escritor, eso significa estudiando la técnica, y escribiendo de manera prolífica. Imaginaran ustedes el nivel que alcanzó. Yo que tuve la oportunidad de leer sus textos, y que entiendo un poco más que lo básico en este oficio, quedé sorprendido desde la primera vez. No entraré en aspectos técnicos, aunque diré que la mayoría de sus textos son autobiográficos, cosa que no se notaba en lo absoluto puesto que siempre logró despegarse emocionalmente de ellos. Se fue inédito porque así lo quiso, y el día que le dije eso de pensar en publicar porque ya había mucho material con la madurez y la calidad para ser publicados, me vio de tal manera haciéndome entender que de eso no hablaríamos nunca. Y cuando tiempo después el eslogan de un certamen de novela para escritores sin nombre aseguraba que: “solo hay un tipo de escritor, el publicado” pensé en la ceguera.
Don Paquito literariamente alcanzó el nivel de los grandes, y seguro que si Sabina le hubiera conocido le habría dedicado aquel verso de “y con ese corazón tan cinco estrellas” que uno lo sentía su abuelo, de esos abuelos de cuentos, siempre dispuesto a dejar lo suyo para atender al que se acercaba. No diré más, aunque quisiera, y aunque sé que después de esto seguirá ese grande con minúsculas, mi poco entendimiento quisiera que todo el mundo lo viera como lo que fue: Un grande de la educación, un grande de la literatura. 

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